Pateando piedras
- Martín Anguita
- 23 sept 2024
- 4 Min. de lectura
Luego de casi dos meses de haber comenzado mi experiencia en República Checa, he querido escribir algunas impresiones de lo que ha significado este viaje/trabajo motivado principalmente por la pelotita.
Este año ha sido especial para mí. Si bien es cierto que todos son especiales, quiero resaltar que este en particular ha fortalecido mi forma de ser y la manera en la que enfrento las cosas en mi diario vivir. Sin embargo, no quiero hablar en detalle sobre esto. Quizás, en otro momento.
Me resulta muy lejano pensar en cómo empezó el proceso previo a la llegada y el inicio de esta aventura. Se me viene a la cabeza el estar tirado en la cama, con mucha angustia, en la casa de mi suegra en Lille y recibir un mensaje de Nico que decía: “¿Te gustaría venirte el verano a República Checa a entrenar fútbol en unos campus de verano? Este simple whatsapp me revivió.
Si bien he estado ligado al fútbol durante toda mi vida, la parte de los entrenamientos la había dejado un poco de lado. En gran parte por tener otros trabajos y la particularidad de estar moviéndome constantemente de casa. Sinceramente, ya ni me acuerdo de la cantidad de lugares a la que tuve que llamar “hogar”, pero de seguro fueron más de siete en los últimos dos años.
Antes de tomar el avión con destino a Praga, me despedí, como tantas otras veces de mi Ameluqui. Bayona – Madrid era el primer paso antes de llegar a destino. Una vez en la capital española tocaba la primera reunión con parte del equipo de “La banda de los pastilleros”. Con Manu y Jorge, dos entrenadores – uno chileno y el otro paraguayo – nos dimos cita en un barcito de Lavapiés para ver el partido de España - Italia por la Eurocopa.
Salió tanto humo que tuvimos que apagarlo con un par de cervezas.

La mañana del vuelo hacia la ciudad de Kafka, conversamos mucho entre los tres. Cada uno de nosotros venía con ilusiones diferentes, pero a todos nos unía las ganas de hacer algo lindo y de paso poder seguir creciendo en el mundo del fútbol.
Ninguno de los cuatro, y con esto incluyo a Nico, somos inocentes. Sabemos que dentro del mundo del deporte rey hay que poner el doble de empeño que cualquier otro trabajo, pero nos gusta tanto sentir el olor a pasto y ver que la pelota ruede, que estamos dispuesto a dar el doble y el triple de nuestras capacidades. Ahí puede que haya un error, o eso es lo que pienso.
Nada más llegar a Praga, y luego de tomar el metro al hotel donde no teníamos habitaciones, tuvimos que partir con el estómago vacío a nuestro primer entrenamiento. Prazacka era el nombre del complejo deportivo donde nos esperaban alrededor de 65 niños y niñas. Esta fue nuestra primera toma de contacto con lo que sería nuestro trabajo en las semanas venideras.
Nico comenzó la sesión explicando los que se trabajaría. Zona A de “Alert”, Zona B de “Be careful”, Zona C de “Creative” y Zona D de “Definition”. A los niños se les caía la baba pensando que al frente tenían a un entrenador de la Masía y a ocho entrenadores de dilatada experiencia en el fútbol español. Y sí, entre ellos estaba yo.
Entremedio del discurso, el jefe checo, interrumpía para traducir. Dentro de sus intervenciones, mostraba un cierto aire de grandeza alimentada con un poco de farsa. ¿Qué tanto podría estar queriendo vender a los niños y a los padres? Con el tiempo, nos fuimos dando cuenta que en estos campus está la gallina de los huevos de oro. Vender metodología española es lo más. Más aún luego de que España ganara la Euro.
Mi primer campus fue en Eslovaquia, con Nico. Aquí pude empaparme de su trabajo y la forma de hacer los entrenamientos. No había perdido lo fundamental, pero refresqué el cuerpo y la memoria y de paso me empoderé en el rol del Entrenador.
Luego fue fluir y disfrutar de las canchas y los ñiños y niñas que asistían. Las instalaciones increíbles y los pequeños les encantaba la idea de ser entrenados por extranjeros. Eso sí, el nivel futbolístico era bastante rudimentario. Sin embargo, todo esto era nuevo para nosotros y lo disfrutábamos al máximo.
El cansancio y el desgaste emocional vino en las semanas posteriores. Los viajes, el calor, los hoteles, pero sobre todo los cambios de planes de último momento del jefe checo, que esperaba hasta el viernes para saber si abría, o no un campus al lunes siguiente desbarataban nuestros periodos libres y la idea de disfrutar de la experiencia.
Estos cambios provocaban que había alquilar más o menos autos, o que alguno de los entrenadores tuviera que ir a dejar a los demás a destinos con grandes distancias de trayecto. Todo esto sin contar con los obstáculos previos de que había puesto el jefe checo, tales como llenar de gasolina en una sola estación de servicio, o sacar el dinero del viático en el banco con menos cajeros en República Checa.
La constante incertidumbre de no saber el siguiente destino al que había que ir nos hastió hasta el punto querer mandar todo a la mierda, pero no podíamos. Queríamos terminar la experiencia por un compromiso con nosotros mismos. No importaba como, pero había que hacerlo, aun cuando no nos pagaran en los tiempos señalados y nos ganáramos puteadas gratuitas por parte del checo que desde un principio nos soltaba “caramelitos” para que en un futuro podamos trabajar con sueldo fijo y estable por estos lados.
Si bien es cierto que el mundo laboral es complejo hacerse un espacio, creo que en el fútbol mucho más. En parte porque se juega con los sueños de un montón de personas que tienen el anhelo de hacer de su vida, su pasión. Y aunque suene triste decirlo, el mundo y la vida nos hace patear más piedras que pelotas.
Con cariño, haciendo como cuando firmamos pelotas en el castillo,
Gracias por todo
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