Los amigos sin barrio: “155 Condominio Residencias de la Foresta de Reñaca”
- Martín Anguita
- 28 abr 2020
- 1 Min. de lectura
Actualizado: 6 may 2020
No lo puedo negar, tampoco lo quiero esconder, pero me hubiese encantado tener barrio. Este concepto arraigado en el relato popular chileno, es algo que nunca la podré sentir como propio. Tuve contactos, visité algunos, conocí amigos que sí lo tenían y puta que se notaba. En base a ellos y a mi experiencia e imaginación me fui haciendo una idea de lo que podría ser, pero nunca tuve barrio.

Con mis amigos jugábamos hasta aburrirnos fuera de la casa, incendiábamos cosas y nos mandábamos un par de cagaditas, lo normal. Nunca le hicimos nada malo a nadie, o al menos, nada grave. Pienso yo. Tampoco es que pensara mucho. Era niño, éramos niños. El conserje de mi condominio, ese que el Coco Legrand llamaba paco jubilado, cuando nos poníamos pesaditos, insistentes y molestosos nos decía: “Ya, ya, vayan a jugar arroz con leche”, y nosotros muy pendejos de mierda sin barrio nos reíamos que la CH la arrastraba más que nosotros.
Junto a mis amigos crecimos alimentados por el deber ser y lentamente fuimos dejando de lado las risas y las cosas que tanto nos hacían feliz. Cada uno tuvo sus luchas personales, me atrevería a decir que hasta nos encerrábamos de más.
No cambiaría por nada a mis amigos del condominio. Siempre supimos que no teníamos barrio, pero lo buscábamos de una u otra forma. Queríamos ser nosotros mismos. Nos hicimos, cada uno, su propia idea de vida, siempre anteponiendo nuestra ingenuidad, pero también nuestro toque encantador en esta vida de altos y bajos en donde intentamos hacernos parte.
Kommentare