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La 402, o 4-2

  • Foto del escritor: Martín Anguita
    Martín Anguita
  • 19 abr 2020
  • 1 Min. de lectura

Corría el periodo primaveral de octubre de 2016 cuando me disponía a tomar la micro en dirección a mi tan querida facultad de periodismo, ese pequeño oasis situado por allá donde se disputó la última batalla de la guerra civil de 1891 y que catapultó el suicidio del presidente José Manuel Balmaceda. Cuento corto, estaba en uno de los paraderos de la subida de los Ositos en Reñaca cuando de pronto, detrás de la que siempre pasa (602), aparece ella, con la mezcla justo de blanco y azul profundo: Doña 402.


Para los no entendidos, esta micro tiene un recorrido que comienza en la rotonda de Concón y tiene como destino final la garita de Placilla, esta es la razón de su divina condición. Me traslada de puerta a puerta.

Por esos días me encontraba sin mi pase escolar, razón por la cual debía pagar tarifa completa, que francamente es un despropósito para cualquier estudiante, tanto así que muchas veces me hizo dudar si era tan necesario ir a clases.

Recuerdo esos diez minutos de caminatas para llegar al paradero, en los que siempre pensaba en ella. La 402 ya había adquirido su personalidad, la que atesoro hasta el día de hoy.

Al subirme a ella, me estaba esperando un amable conductor, perdón quise decir: sobrio. Me recibe con un: “¿Pa onde vay?”, a lo que yo muy cortésmente, y por miedo a represalias, le respondo: “Voy a la católica, a Placilla”.

Micrero: “Ahh, súbete adelante pa que nos vayamos conversando, que no le voy a parar a niún weon más”. Continuará…


Foto:Don Shimbombo en Flickr

 
 
 

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