El mismo juego, pero en Ghana
- Martín Anguita
- 11 jun 2020
- 2 Min. de lectura
Hace casi un año que dejé, el que fuera mi hogar por casi nueve meses. Recordar mi primera experiencia en este país lleno de diferentes culturas me hace replantearme una y mil veces lo que soy y lo que quiero ser.
Llegué a Accra, la capital de Ghana, luego de haberme graduado de periodista. Con mi polola, que había encontrado una pasantía en el centro cultural de la Alianza Francesa, creíamos que este paso sería uno más de los tantos que habíamos dado. Nos equivocamos.
A la semana, me contacté con el encargado de una ONG, que tenía un proyecto donde utilizaba el fútbol como herramienta de empoderamiento comunitario. En nuestra primera conversación me ofreció estar a cargo de los entrenamientos. Yo dije: esta es la mía.
Sin embargo, la concepción con la que uno viene chipeado a la hora de entender un proyecto y como se desarrolla, acá no aplicaba para nada. Esto se ejemplificaba que no existían documentos escritos con propósitos claros a corto, mediano y largo plazo. Además, que los horarios de las prácticas nunca estaban bien claros.
El relacionamiento con los chicos era una cosa inexplicable, donde si bien es cierto que nos costaba entendernos, ya que la mayoría no hablaba un perfecto inglés siendo que es su lengua oficial, el cariño y el aprendizaje mutuo marcaban pauta de cada jornada futbolística. En la antigua Gold Coast, se hablan cerca de 250 dialectos.
La cancha donde practicábamos era horrible, nada de pastito fresco y esas cosas. Eso no importaba. Cerca de cincuenta personas, entre los chicos que entrenaban y los vecinos, asistían diariamente a la cita con la redondita.
También tuve experiencias negativas. Un día, junto al director, llevamos a un par de chicos a un scouting en el complejo de Marcel Desailly. Pusimos de nuestro bolsillo para para pagar la suma de 25 dólares por jugador, siendo que el salario mínimo ghanés es de 66,44 USD por mes.
Esta prueba de jugadores fue un fraude, donde no solo abusaban en el precio para que los muchachos se mostraran, sino que también, jugaban con los sueños de niños y jóvenes que ven en el fútbol un espacio para vencer el destino de la pobreza.

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